Lee en español aquí.
The COVID-19 pandemic and the never-ending quarantine weighed heavily on us despite the fact that we had one of the most stable economies in the region. However, we also had one of the highest percentages of informality, with the consequent precariousness in terms of welfare.
Peru is a highly unequal country, as evidenced by the fact that 1% of the salaried population accounts for 23.7% of national income, according to the World Inequality Database. The IEP report on inequalities and vulnerabilities in the face of COVID-19 (May 2020), provided alarming figures. It looked at the situation of Peruvians in terms of food, finances, employment and mental health, as well as their access to technology and the internet. A clear example is the situation of nutritional distress in rural areas. A shocking 90% of respondents reported a decrease in the quantity and quality of food consumed, while 59% reported having run out of food.
Not all Peruvian households are alike
One year into the pandemic, we wondered how prepared Peruvian households were to cope with the changes brought about by COVID-19. But why do we talk about households and not people? Because, in the face of the pandemic, we have had to endure the quarantine within our homes.
The National Institute of Statistics and Informatics (INEI in Spanish) defines a household as a group of people who occupy all or part of a dwelling, share the main meals and attend to other basic living needs in common.
Not all households are the same: the most common households in Peru consist of married couples with children (26.8%), cohabiting couples with children (24.1%) and single-parent households (19.4%), the latter mostly headed by women (82.3%). There are also marked differences between urban and rural areas: rural households are more affected by poverty and extreme poverty (33.6%) than urban households (11.1%).
Inequalities in access to basic services
Access to water supply is nowhere near the 100% that was promised five years ago by the then-presidential candidate, Pedro Pablo Kuczynski. Water is essential for life and health, not only during the pandemic, and those who have the best access to the services are households comprised of married couples with children (urban almost 92% and rural 77%). In terms of electricity, while urban households have access to more than 99%, in rural areas single-parent households have the lowest access (85.9%).
Lastly, internet connection – a key issue for distance learning – shows the large differences between rural and urban households. For instance, in urban areas, 61% of households consisting of married couples with children have access to the internet, while in rural areas, only 7% of the same type of household has access to the internet.
Care economy in the hands of women
An issue that requires further discussion is the household care economy and women’s use of time. It is important to note that single-parent households have a higher percentage of children with disabilities, both in urban (4.7%) and in rural areas (9.1%). This situation recurs in the case of households with elderly people, where single-parent households assume the greatest care burden (urban 36.7%; rural 37.7%). If we consider that more than 70% of the heads of single-parent households with children with disabilities are women, both in urban and rural areas, and that in the case of single-parent households with elderly people more than 75% of them are also headed by women, we know where the caregiving burden lies.
Given all these factors, the vulnerability of single-parent households during this pandemic is unquestionable. These households have a higher proportion of vulnerable people (children with disabilities and elderly people), do not always have access to basic services. In addition, a considerable percentage of them live in poverty. These households are mainly headed by women. It is them who have had to face not only the household economy in terms of income but also in terms of the care economy. So it is worth examining whether it is not this type of household that should have received a more focused approach from the state, beyond the universal cash transfer that some families received.
Text editor: Gabriela Keseberg Dávalos
A un año del inicio de la primera cuarentena por Covid-19
por Patricia Zárate y Saúl Elguera
La pandemia por covid-19 y la cuarentena de nunca acabar nos pasaron factura pese a que teníamos una de las economías más estables de la región; sin embargo, también teníamos uno de los porcentajes más altos de informalidad, con la precariedad en términos de bienestar que eso conlleva.
Perú es un país muy desigual, prueba de esto es que el 1% de la población asalariada concentra el 23.7% de los ingresos nacionales según el World Inequality Database. Los resultados del informe del IEP sobre desigualdades y vulnerabilidades frente al covid-19 (mayo 2020), también nos dieron cifras alarmantes sobre la situación alimentaria, financiera, laboral y emocional de los peruanos, además de su posibilidad de acceso a tecnología e internet. Un ejemplo claro es la situación de estrés nutricional en el área rural, donde el 90% de los encuestados registró una disminución en la cantidad y calidad de alimentos consumidos, mientras que el 59% reportó haberse quedado sin alimentos.
No todos los hogares peruanos son iguales
En ese sentido, y a un año del inicio de la pandemia, nos preguntábamos qué tanto estaban preparados los diferentes hogares peruanos para afrontar los cambios a raíz de la covid-19. Pero ¿por qué hablamos de hogares y no de personas? Porque, ante la pandemia, las salidas no se han dado individualmente: hemos tenido que sobrellevar la cuarentena al interior del hogar.
El Instituto Nacional de Estadísticas e Informática (INEI) define al hogar como el conjunto de personas que ocupan en su totalidad o en parte una vivienda, comparten las comidas principales y atienden en común otras necesidades vitales básicas.
No todos los hogares son iguales: los más comunes en Perú son los hogares de casados con hijos (26.8%), de convivientes con hijos (24.1%) y los monoparentales (19.4%), estos últimos mayoritariamente liderados por mujeres (82.3%). También existen marcadas diferencias entre lo urbano y lo rural: la condición de pobreza y pobreza extrema afectan más a los hogares del área rural (33.6%) que a los del área urbana (11.1%).
Desigualdades en el acceso a servicios básicos
El acceso al servicio de agua no se acerca al 100% que hace cinco años prometiera el entonces candidato, Kuczynski. El agua es esencial para la vida y para la salud, no solo durante la pandemia, y quienes tienen mejor acceso al servicio son los hogares de casados con hijos (urbano casi 92% y rural 77%). En cuanto al servicio eléctrico, mientras que los hogares urbanos tienen un acceso superior al 99%, en el área rural los que presentan el menor acceso son los hogares monoparentales (85.9%).
Por último, la conexión a internet – tema clave para la educación a distancia – muestra las grandes diferencias entre hogares rurales y urbanos. Solo por poner un ejemplo, en el área urbana la conexión a internet llega a 61% en hogares de casados con hijos, mientras que en el área rural, con el mismo tipo de hogar, solo accede el 7%.
Economía del cuidado a cargo de las mujeres
Un tema que requiere una mayor discusión es la economía del cuidado en los hogares y el uso del tiempo en las mujeres. Es clave relevar cómo los hogares monoparentales cuentan con un porcentaje mayor de hijos con alguna discapacidad, tanto en el área urbana (4.7%) como en el área rural (9.1%). Esta situación se repite en el caso de los hogares con adultos mayores, donde los hogares monoparentales asumen la mayor carga en el cuidado (urbano 36.7%; rural 37.7%). Si se considera que más del 70% de quienes dirigen a los hogares monoparentales con hijos con discapacidad son mujeres, tanto el área urbana y rural, y que en el caso de los hogares monoparentales con adultos mayores más del 75% de ellos está igualmente dirigidos por mujeres, sabemos dónde descansa el cuidado.
Ante todo lo expuesto, es indudable la situación de vulnerabilidad de los hogares monoparentales durante esta pandemia. Al presentar una mayor proporción de población vulnerable (hijos con discapacidad y adultos mayores); al no contar en todos los casos con el acceso a servicios básicos y tener un porcentaje considerable en situación de pobreza. Si además se considera que están principalmente jefaturados por mujeres, son ellas las que han tenido que afrontar no solo la economía del hogar en términos de ingresos sino la economía del cuidado, cabe pensar si no son este tipo de hogares los que debieron haber tenido una mirada más focalizada desde el Estado, más allá del bono universal que recibieron algunas familias.
Este artículo fue publicado originalmente por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP).