In Peru, the sanitary crisis, due to the coronavirus, is also becoming a food crisis.
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In times that seem remote today -December 2019- the issue of the future of work (FoW) was quite firmly part of the public agenda. Topics such as the acceleration of technological change, an ageing population, and the decline of traditional labour institutions dominated the policy agenda in the North. In the Global South, meanwhile, we insisted that context matters: in the developing world, informality is high, countries are relatively young, and technological change is rather slow.
The irruption of COVID-19 completely shook the agenda on FoW. It overtook the future. The future of work is no longer what it used to be: from referring to long-term productivity within a 5 to 10-year horizon, we have now, in COVID-19’s time, passed to talk about the survival of labour relationships in the coming months. I don’t think I am exaggerating: the global economic system is facing the most urgent labour market reengineering challenge in history. Our actions during these months to come will not only have an impact on a short-term basis. They will also leave their mark by opening (or closing) job opportunities for the next few months or even years. COVID-19 forces us to think about the future, and what we do today to create it.
North vs. South
In Northern countries, the reconstruction of labour markets is progressing through new protocols of social distancing at the workplace. Fresh technological solutions that guarantee low physical proximity at work and massive fiscal aid for the segments most damaged by the pandemic are being implemented. The debate on the causes of inequality’s increase in income distribution in recent decades is (re)emerging. It proposes the construction of a “new normal”, different from the recent past, where not only inequality is tackled, but also other, “future-related” problems, such as climate change.
The North is debating proposals for a more progressive tax structure. There is talk of a universal basic income, more protectionism against Emerging Asia and even a certain neo-Luddism in terms of technology. But the point that seems most interesting to me is the reassessment of the contribution of low-skilled workers to the economy. We are talking about occupations that require face-to-face interactions. The appearance of China did not directly threaten these.
Moreover, Moravec’s paradox applies to these occupations: they are intensive occupations in sensory-motor tasks. Although these are simple for humans, they are still complicated for machines to perform. Although the re-signification of these jobs is raised in terms of breaking “the perverse logic of the market”, it is interesting to check the persistence of these concepts and ideas beyond the pandemic. For one thing, they gained momentum just when these kinds of occupations became essential for the normal functioning of the market.
In the Global South, the issue becomes more complicated. As the Nobel Laureate Douglass North noted nearly three decades ago, in the developing world there are structural flaws in addressing -and resolving- emerging problems that require collective solutions. Borrowing ideas from technology designer Kat Holmes, we can say that in many countries of the South there is a problem of a mismatch between institutional and policy design, on the one hand, and the social structure to which they apply, on the other. The question in the South is then not only about the unequal distribution of income. It is more substantial: what happens if institutions and policies are unequal by design? In that case, building the future requires more profound changes than tax reform.
The obstacle of informal labour
Let us take informality as an example among the contextual factors that make the Global South “South”. It is the primary type of employment relationship in much of the emerging world. With the advent of COVID-19 formal work became even more important than before. It provides income stability, allows access to government monetary assistance, can demonstrate compliance with social distancing protocols, and, of course, offers easier access to health services. A similar story could be told about technological infrastructure’s design. It interacts with the virus to generate new socioeconomic gaps. Examples are the telework or education area, documented for the Argentine case by CIPPEC in two studies.
So, what does remain and what changes in the debate on the future of work? In the Global South, coronavirus is forcing us to accelerate technological change in firms and households. It forces us to rethink schemes for the re-skilling and upskilling of workers. It pushes us to discuss regulatory and social protection frameworks for more flexible working environments than those based on formal and long-term contracts (including digital ones). In that sense, little has changed: that is the agenda for the future of work. What has changed is the horizon. As we said, COVID-19 has made the future urgent. It forces us to look at -and try to manufacture- possible futures now.
We are experiencing a rupture with the past, and that’s a good thing. As Leonard Cohen once sang, “there is a crack in everything, and that’s how the light gets in”. The crack is here. Letting the light get in, that is our task.
Text editor: Gabriela Keseberg Dávalos
Nuestro mundo laboral después de COVID-19
por Ramiro Albrieu
En tiempos que hoy parecen remotos -diciembre de 2019- el tema del futuro del trabajo estaba bastante instalado en la agenda pública. La aceleración del cambio tecnológico, el envejecimiento poblacional y el resquebrajamiento de las instituciones laborales tradicionales dominaban la agenda en el hemisferio Norte. En el Sur, en tanto, insistíamos en que el contexto importa: aquí la informalidad es alta, los países son relativamente jóvenes, y el cambio tecnológico es más bien lento.
La irrupción del COVID-19 sacudió la agenda del futuro del trabajo totalmente. Adelantó al futuro. Es que el futuro del trabajo ya no es cuando era: de referirse a la productividad de largo plazo con un horizonte de 5 a 10 años pasa en tiempos de COVID-19 a hablarnos del ingreso laboral de los próximos meses. No creo estar exagerando: el sistema económico global se encuentra frente a la más urgente reingeniería laboral de la historia. Lo que hagamos en estos meses no sólo impactará en el corto plazo; también dejará su huella abriendo (o cerrando) oportunidades laborales para los próximos meses o incluso años. El COVID-19 nos obliga entonces a volver a pensar en términos de futuro, y qué hacemos hoy para crearlo.
Norte vs Sur
En los países del Norte se avanza en la reconstrucción de los mercados laborales a través de nuevos protocolos de distanciamiento social en el trabajo. Se están implementando nuevas soluciones tecnológicas que garantizan baja proximidad física en los intercambios, y una masiva ayuda fiscal para los segmentos más dañados por la pandemia. De fondo (re)emerge el debate sobre las causas del incremento en la desigualdad en la distribución del ingreso en las últimas décadas. Se propone la construcción de un futuro distinto al pasado reciente, donde no sólo se ataque la desigualdad sino también otros problemas “de futuro”, como el calentamiento global.
En el debate del Norte se escuchan propuestas sobre una estructura impositiva más progresiva. Se habla de un ingreso básico universal, más proteccionismo frente a Asia Emergente y hasta de cierto neoluditismo en materia tecnológica. Pero el punto que me parece más interesante es el de la re-significación de los trabajos de baja calificación. Se trata de ocupaciones que requieren el contacto cara a cara. A éstos, la aparición de China no las amenazó en forma directa. Además, vale para esas ocupaciones la paradoja de Moravec: son ocupaciones intensivas en tareas sensomotoras. Si bien éstas son sencillas para los humanos, son aún muy difíciles de realizar para las máquinas. Aunque la re-significación de estos trabajos se plantea en términos de romper “lógicas perversas” de mercado, es interesante chequear la persistencia de estos planteos más allá de la pandemia. Tomaron fuerza justo cuando ese tipo de ocupaciones se volvieron esenciales para que el mercado funcione.
En el Sur Global la cuestión es más compleja porque, como bien notó el premio Nobel Douglass North hace casi tres décadas, allí hay fallas estructurales para enfrentar -y resolver- problemas emergentes que requieren soluciones colectivas. Tomando ideas de la diseñadora de tecnología Kat Holmes podemos decir que en muchos países del Sur hay un problema de discrepancia (“mismatch”) entre el diseño institucional y de políticas, por un lado, y la estructura social a la que se aplican, por el otro. La pregunta en el Sur no es entonces sólo sobre distribución desigual del ingreso. Es más sustancial. ¿Qué pasa si las instituciones y políticas son desiguales por diseño? En ese caso la construcción de futuro requiere cambios más profundos que una reforma tributaria.
El obstáculo del trabajo informal
De los factores de contexto que hacen “Sur” al Sur global, tomemos como ejemplo la informalidad. Es el principal tipo de relación laboral en buena parte del mundo emergente. Con la llegada del COVID-19 el trabajo formal se volvió incluso más importante que antes. Da estabilidad de ingresos, permite acceder a la ayuda monetaria del gobierno, puede acreditar el cumplimiento de los protocolos de distanciamiento social y, por supuesto, accede más fácilmente a los servicios de salud. Una historia similar podríamos contar sobre el diseño de la infraestructura tecnológica. Ésta interactúa con el virus para generar nuevas brechas socioeconómicas. Se ve claramente en materia de teletrabajo o educación, documentado para el caso argentino por CIPPEC en dos estudios.
¿Qué queda y qué cambia entonces del debate sobre futuro del trabajo? En el Sur global el coronavirus nos obliga a acelerar el cambio tecnológico en firmas y hogares. Nos obliga a repensar los esquemas de readaptación de habilidades de los trabajadores. Nos empuja a discutir marcos regulatorios y de protección social para entornos laborales más flexibles que aquellos basados en contratos formales y de largo plazo (incluso los digitales). En ese sentido, poco cambió: esa es la agenda de futuro del trabajo. Lo que sí cambió es el horizonte. Como dijimos, el COVID-19 ha hecho urgente al futuro y nos obliga a mirar -y tratar de manufacturar- futuros posibles.
Ello representa una ruptura con el pasado, y eso es bueno. Como cantó Leonard Cohen, “todo tiene rupturas y es por allí que entra la luz”. La ruptura ya está. Que aparezca la luz es tarea nuestra.